Jefe Kikapu Colaboración de Heriberto Robles Rosales.
Artículo en El Diario de Coahuila.

Los Kikapoo y su última frontera

Antes de llegar a México, recorrieron como guerreros implacables gran parte de lo que hoy es la Unión Americana

10/08/2009
Por el Ing. Heriberto Robles Rosales

Dentro de la historia de un pueblo del norte de México, es común hablar de los indios Kikapoo en el municipio de Múzquiz, Coahuila, antes llamado Santa Rosa María del Sacramento.

Aquel hombre vistiendo el uniforme de la compañía presidial de San Antonio de Bucareli de la Babia, montando su caballo, atisbaba allá a lo lejos una polvareda, por el rumbo del desierto de Coahuila.

Limpiándose unas gruesas gotas de sudor, volvió su cabalgadura hacia atrás, pensando que aquel polvo lo podían levantar los indios apaches que tanta guerra estaban dando, al atacar sin piedad ni misericordia los presidios ubicados al norte de Santiago de la Monclova.

Corrían los lejanos años de 1780, hacía ya algunos años se había fundado el presidio de Santa Rosa María del Sacramento, un 25 de septiembre de 1735, por don Juan Antonio Vizarrón y Egarreta.

PACTO CON LOS KIWIGAPAWA

Aquel soldado pertenecía a las fuerzas presidiales del comandante de las provincias internas de la Nueva España, el coronel Juan de Ugalde. Desesperado volvió a grupas para reunirse con el grueso de la columna y cruzar el cañón de la alameda, para retornar al presidio donde lo esperaban sus seres queridos.

Cien años después, México era independiente, guerras contra el extranjero, luchas internas, un imperio fallido, el de Iturbide, un país convulsionado, hacían que la situación permaneciera casi igual en la lucha contra los indios.

El presidio había cambiado su nombre, ya se llamaba Melchor Múzquiz, los apaches, comanches y lipanes continuaban asolando la región norte de Coahuila, y por los años 1849-1858, el presidente de la República don José Joaquín Herrera, pacta con los indios Kiwigapawa, concediéndoles tierras en el distrito de Monclova, donde nace el Río Sabinas, en el municipio de Múzquiz, a cambio de que siguieran combatiendo a los indios lipanes, comanches y apaches, que tantos problemas daban a los rancheros mexicanos.

Del Río Sabinas había escrito el Caballero de Croix, que era un río con sus aguas extremadamte cristalinas, que en los remansos más profundos se pueden contar las arenas de su fondo, y tan abundantes que podían regar sobradamente el Valle de Santa Rosa.

En ese lugar, los Kikapoo, o Kiwigapawa, fundaron una aldea llamada El Nacimiento, y donde habrían de esperar a Kennekuk, su profeta que algún día retornará al amanecer, acompañando al sol.

De la familia algonquina, los Kikapoo, o Kiwigapawa (los que se mueven sin cesar) habitaron el territorio que hoy ocupan los estados norteamericanos de Maine, Masachusets, Vermont y Nueva York, y de donde por la presión de los inmigrantes europeos habrían de iniciar una ruta de sangre hasta llegar a México, su última frontera.

Los Kikapoo siempre fueron un pueblo que se movía sin cesar, recorrieron Indiana, Missouri, Kansas, Oklahoma y Texas, donde aquellos que se cruzaban en su camino habrían de morder el polvo. Su destino fue siempre el de guerreros implacables, sanguinarios, con su grito de guerra aiiee aiiee, que significaba…HOY ES UN BUEN DÍA PARA MORIR.

Hoy muestran con orgullo una carta que el presidente don Benito Juárez les entregó, donde les concede el derecho de conservar su lengua y sus tradiciones. Estas son obligatorias en sus actos tribales y para comunicarse entre sí.

Según su tradición, su lengua se las enseñó Kitsigiata, su dios tutelar. Sus principales dioses son Niyol, el gran dios viento, aquel que hizo que sus hijos vivieran después de la muerte, donde se tiene de todo en abundancia, donde nadie envejece ni se cansa jamás, el maravilloso lugar donde abunda el agua y la caza, donde el fuego de los campamentos nunca se apaga y donde siempre hay leña de sobra, donde el mapupe es eterno.

Tienen leyendas muy hermosas, como aquella en la que narran el nacimiento de las pléyades conocidas por ellos como los muchachos. Narra su historia que después de una lucha contra los anglosajones, varios niños habían perdido a sus padres y por consiguiente no tenían quien los alimentara.

Andando de puerta en puerta ya se habían hecho molestos en el vecindario, de donde incluso los corrían a palos. Su triste situación los hizo salir del poblado pidiendo al gran espíritu que se los llevara al cielo.

Así, al sonar de sus sonajas y cantando oraciones kitzigata, se los llevó al cielo para formar el grupo de estrellas que ellos conocen como los muchachos. Desde entonces, en cada hogar Kikapoo nunca se cierran las puertas a nadie y menos a los niños.


Papikuano, su jefe durante muchos años, tenía esta oración

¡Oh! gran espíritu cuya voz oigo en el viento

y cuyo aliento da vida a todo el mundo,

escúchame, yo soy pequeño y débil,

necesito de tu fuerza y sabiduría.

Permíteme que camine por la senda de la belleza

y haz que mis ojos contemplen siempre

el rojo y el morado del ocaso.

Haz que mis manos respeten las cosas que tú

has hecho y dale agudeza a mi oídos para oír tu voz.

Hazme sabio, así que yo pueda comprender

las cosas que tú has enseñado a mi pueblo,

permíteme que yo aprenda de las lecciones

que tú has escondido en cada hoja y en cada roca,

permíteme que sea fuerte, no para ser más grande que mi hermano, sino para luchar con mí más grande enemigo que es yo mismo.

Haz que siempre esté listo para ir a ti con la

vista alta y con las manos limpias, así cuando la vida desvanezca, como desvanece el sol en el ocaso, que mi espíritu pueda ir a ti sin ningún asomo de vergüenza.


Sus tradiciones...

Sus costumbres y sus creencias no han variado, es común escuchar la frase "au nenia" que significa adiós, como les va, hasta pronto.

Una de las ceremonias más significativas es la dedicada al caballo blanco, o okquanokasey, quien su tradición dice que fue quien libró las batallas del arroyo de la paloma y del manantial impetuoso, héroe de los grandes.

Su muerte se conmemora todos los años con la danza y el canto de la muerte, en ella participan y comen todos los miembros de la tribu usando los mismos utensilios, porque todos son iguales.

Los Kikapoo, los vagabundos

Sus enemigos los apaches, también eran sanguinarios. De ellos también se ha escrito mucho; su nombre es de origen desconocido y no tiene traducción al castellano.

Ellos defendían una forma de vida que chocaba completamente con la de la colonización; buscaban desplazarse libremente por el territorio, sin ninguna barrera que les impidiera conseguir su subsistencia. No comprendían por qué un hombre reclamaba como suyos la tierra y el agua.

A muchos años de distancia, la tribu de los Kikapoo tiene su pueblo en las estribaciones de la Sierra Hermosa de Santa Rosa, en el Múzquiz de mis recuerdos.